Boquerón, era una gran pira dentro de un anillo de acero.
Sus ocupantes, sentían el calor del fuego y miraban impotentes el siniestro que amenazaba derrumbar la ciudadela de un momento a otro.
Los atacantes, en su continuo avance habían llegado al borde del reducto, situándose a la distancia mínima necesaria para el asalto final y, esperaban solamente la llegada de la hora “H” para irrumpir dentro del cerco.
Tan cerca estábamos del enemigo, aquellos últimos días de la batalla que, podíamos ver con nuestros propios ojos a la fiera acorralada que se movía de un lado a otro dentro de su reducida cueva.
Hasta que por fin, llega el 29, y aquí cae el telón sobre el drama sangriento de Boquerón. Con las primeras lumbres del amanecer, suena en nuestros oídos, el clarín de la victoria, no en la voz ronca de la corneta que no existía, sino, en el pipuuu salvaje y bravío que nace del fondo del alma de la raza, para decirnos que hemos ganado la primera gran batalla de la guerra del Chaco.
En efecto, pocos minutos antes del asalto decisivo, preparado para arrasar con el fortín, los bolivianos sitiados, izaron sobre sus trillados parapetos, una serie de banderas blancas en señal de rendición.
Al instante, nuestros saldados, aguijoneados par el signo sintomático, rompen el vacío que separa a ambos bandos y, prestos invaden el interior del reducto, mientras los vencidos, en humillante actitud con los brazos en alto, salían de a uno de sus oscuras fosas.
Los nobles vencedores, lejos de descargar su ira sobre el indefenso ex-adversario, como suele suceder, le brindan su protección y su afecto, .dando, lugar a emotivas escenas de abrazos y lágrimas, como si fuesen viejos amigos que vuelven a encontrarse después de largo tiempo de separación.
De este modo, en la tibia mañana del 29 de Septiembre, se puso término al torrente de sangre vertida durante 21 días entré dos pueblos hermanos, para luego tras una breve pausa
de reorganización, volver a la lid, sobre otros teatros dio operaciones que fueron otras tantas victorias, hasta llegar a los confines del Parapití, linderos de nuestra soberanía nacional, acaso, como reflejo directo del triunfo de Boquerón.
CONCLUSIONES
La batalla de Boquerón fue la primera y la más dura de las pruebas a que fuera sometido el ejército nacional en la guerra del Chaco.
Si bien, es cierto que la superioridad numérica estuvo de nuestra parte y se pudo haber llegado al misma resultado en menos tiempo pero la falta de capacitación de nuestros cuadros de oficiales y suboficiales, la falta de apoyo de fuego a la infantería de ataque, el rigor implacable de la naturaleza hostil (el calor y la sed), dilataban, casi siempre, el esfuerzo generoso de la masa que al chorear impotente contra las posiciones organizadas, se convertía en un frente estático incapaz de alcanzar par sí mismo, el objetivo señalado.
Hemos aprendido que todos los ataques frontales fueron estériles solamente la maniobra de envolvimiento, el cerco, alrededor del fortín, taponando sólidamente los caminos de acceso y, hostigando día y noche a las tropas de ocupación, son capaces de darnos un resultado positivo.
Indudablemente que Boquerón fue, la victoria más cara, pero, al mismo tiempo, la más valiosa de todas, pues, ella nos sirvió de trampolín para tomar el impulso necesario y avanzar resueltamente hacia el interior del territorio usurpado, llevando el estandarte de guerra, de triunfo en triunfo, hasta la recuperación total de nuestra heredad comprometida.
Después de Boquerón, vinieron Campo Vía, El Carmen, Yrendagüé, Yvybobo y todas las otras victorias que son motivos de orgullo de la nación paraguaya.
Por eso es que cada 29 de Septiembre, todo el pueblo paraguayo festeja con unción patriótica este día que es, el día de todos, Día de la Victoria.
Fragmento del Libro de Heriberto Florentín “Victoria de Boquerón”